Roca,
Hobsbawm y los nuevos bárbaros
17/10/2012
Probablemente Eric Hobsbawm, el gran historiador británico recientemente fallecido, no supo mucho acerca del general Roca. En cambio, conoció bastante a sus detractores y enemigos de hoy, los que quisieron derribar su estatua en Bariloche, y también a sus mentores intelectuales. Les dedicó unas páginas brillantes, junto con otros bárbaros intolerantes. Descubrió en todos ellos la mayor amenaza que a finales del siglo XX ensombrece las cosas más preciadas de nuestra civilización.
Hobsbawm realizó una de
las más brillantes síntesis de la historia del mundo desde mediados del siglo
XVIII hasta fines del siglo XX y remató los cuatro volúmenes con un libro de
memorias: "Tiempos interesantes". Fino historiador y hombre de vasta
cultura, combinó el análisis complejo y matizado con la perspectiva de largo
plazo. Era un marxista y también un humanista. Creía en los valores de la
libertad, la justicia y la fraternidad, nacidos con la Revolución Francesa
y progresivamente realizados a través de revoluciones y evoluciones. Combatió
la barbarie nazi fascista, tomó distancia de la soviética y se entusiasmó con
un buen final de la historia, en el que se materializarían finalmente lo mejor
del liberalismo, la democracia y el socialismo.
Pero en los tramos
finales, de su vida y de su relato, vaciló y lo ganaron la duda y la angustia.
Aquí y allá veía surgir una nueva barbarie, inmensamente destructiva. En buena
medida era el producto de un capitalismo sin control, algo así como el tigre
liberado de la jaula del Estado. Pero advertía otras formas de barbarie, que se
manifestaban con sangrienta violencia en el fundamentalismo religioso o en los
nuevos nacionalismos. Ideologías y creencias de exclusión, de aniquilación del
otro, engendradas por relatos históricos o míticos dañinos que traían en sí
mismos, bajo un aspecto inocente, la semilla de la pasión enceguecedora.
Encontraba la misma barbarie, en acto o en potencia, en cualquier otra minoría
–de género, de raza, de orientación sexual– que, tras la consigna de
"hacerse visible", apuntaba a lo mismo: romper la integración, marcar
la diferencia y hacerse un lugar por medio de la violencia.
Ese tipo de violencia
está presente en nuestro país y se expresa a través de grupos que, bajo el
pretexto de afirmar su identidad, agreden y destruyen. Son identidades que,
como todas, tienen una alta dosis de construcción discursiva y mítica. Que son
"inventadas", como diría el mismo Hobsbawm, y que por eso deben afirmarse
con actos de fuerza y con la referencia a un enemigo. Ciertamente, el clima
político actual favorece esas posiciones violentas y bárbaras.
En este caso, quienes
se identifican con un "pueblo originario" definen su identidad
descargando sus iras sobre el general Roca. Sin duda, la "originaria"
es una identidad problemática. En toda la humanidad no se conoce a nadie que
sea absolutamente originario. En América, todos vinieron en un momento, más o
menos lejano, haciéndose lugar a los codazos o desplegando otras prácticas que
hoy, con nuestros valores y nuestro lenguaje, no vacilaríamos en llamar
–erróneamente– genocidas. También los mapuches llegaron alguna vez, cruzaron la
cordillera y establecieron relaciones –amistosas o bélicas– con los de este
lado de los Andes. Algunos de los originarios locales la pasaron mal, como los
Comechingones. Una historia que nadie quiere remover demasiado. No es correcta,
y el Inadi acecha.
Por
otro lado está el general Roca, jefe de las tropas de un incipiente Estado que
buscaba definir sus fronteras. Roca ejecutó una acción bastante lógica en
términos del Estado: consolidar la soberanía territorial y definir las
fronteras. Probablemente le preocupaba mucho más la disputa con Chile que la
lucha con los aborígenes del sur. Si no lo hubiera hecho, la cuestión de la
soberanía sobre la Patagonia
no se habría resuelto tan fácilmente y es posible que hubiéramos tenido largos
enfrentamientos con el Estado chileno. No me cuento entre quienes creen que la Argentina tiene un
territorio que siempre fue esencialmente suyo. Pero hay muchos que así lo
piensan y que se rasgan las vestiduras por las irredentas Malvinas. No entiendo
cómo, con el mismo criterio, no convierten a Roca en el héroe máximo de nuestra
soberanía.
Personalmente no lo
hago, pero tampoco lo demonizo. Es cierto que encabezó la acción militar en
contra de los imperios del desierto. ¿Había otra posibilidad? Quizá sí, pero
incierta. Tal como estaban las cosas a fines del siglo XIX, había un territorio
y dos organizaciones políticas que aspiraban a controlarlo y a establecer una
soberanía. En el concepto de la época, era una e indivisible (entre paréntesis,
le sugeriría a nuestro gobierno que abandone ese antiguo criterio para el caso
de Malvinas). El Estado argentino, como cualquier otro de su época, estableció
su soberanía por la fuerza. Ciertamente, eso no significa que los vencidos
debían ser exterminados, pero me parece que las acciones conducidas por Roca
estuvieron muy lejos del exterminio y muy cerca de lo que en la época era
habitual: controlar posibles insurrecciones disolviendo los grupos
potencialmente peligrosos y procurar diferentes caminos de inserción en el
nuevo Estado.
Si el Estado argentino
hiciera esto hoy sería condenado por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, se invocarían con razón los tratados internacionales y
Roca sería acusado ante el Tribunal de La Haya. Pero eso es lo que ocurriría hoy, con
nuestros valores actuales. La palabra "genocidio", con que se
denuesta a Roca, es propia del siglo XX y de ese mundo de la barbarie que
Hobsbawm denunció. Los valores del siglo XIX, o los de la Edad Media, eran
distintos y no podemos juzgar atinadamente las acciones de los hombres sino con
los valores de su tiempo. ¿Reprocharíamos a los hombres de Mayo los
fusilamientos de 1811 y 1812 o el atropello de los derechos de la población del
Alto Perú?
Hoy la barbarie
consiste precisamente en ignorar los anacronismos, aplicar livianamente la
categoría de genocidio a cualquier hecho y traducir esa condena en acciones
violentas, comenzando por los "escraches". Eso es alentar conductas
violentas, discriminatorias, patoteriles. Hobsbawm las vio en Yugoslavia y
también en los campus universitarios norteamericanos, practicadas por diversas
minorías que quieren adquirir visibilidad a costa de alguien. Hobsbawm lo vio
también en aquellos historiadores, profesionales o no, responsables de
construir los mitos que movilizan a los nuevos bárbaros. Estoy seguro de que la
escena del otro día en Bariloche habría cuadrado muy bien en su caracterización
y habría aumentado su desesperanza.
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