EL NACIMIENTO DEL CONSUMISMO SALVAJE
¿Por qué la crisis de 1929 tuvo consecuencias a escala mundial?
Si alguna vez nos hemos preguntado cómo es que hoy hemos llegado al
punto de que nuestra vida cómo sociedad depende exclusivamente de las formas en
que desarrollamos el diario vivir, debemos husmear indudablemente en la gran
crisis de sobreproducción acontecida a partir de la década de 1920 y que tuvo
su corolario final con el crack de la
Bolsa de Valores del 29 de octubre de 1929, cuyos primeros efectos
durarían aproximadamente hasta 1940 y su legado en general, hasta el día de hoy.
Nadie se imagina hoy que alguno de los tantos productos que pululan por
las tiendas es solo para un grupo reducido de personas. En todo caso, las cosas
que están restringidas al gran público son muy pocas. Una nave espacial la hubiésemos
pensado como algo solo utilizado por un Estado pero, el hecho de que en los
últimos tiempos un millonario haya hecho turismo en una de ellas nos baja a la
realidad de que todo es posible. Es posible si hay con qué pagarlo, claro. Creo
que con los dedos de una mano podemos mencionar las cosas que no se pueden
comprar o vender contando, por supuesto, que siempre es posible usufructuar a
las mismas bajo rebuscadas formas de comercialización, como los santuarios que
muestran el hueso de algún Santo, un lugar histórico, un océano...
Es así, entonces, que el Capitalismo ya no es lo que era antaño. Ha
profundizado sus formas… ¿Casualidad?
Casualidad fue la crisis de 1929. La respuesta a esa crisis, no. Es algo
perfectamente concebido, maquinado y sobre todo, previsto. Es sí, la primera de
una serie de grandes crisis del modo de
producción que puso en alerta a todos los cultores del mismo, sirviendo
para generar una conciencia colectiva sobre las formas de operar y, en gran
medida, a la aparición de una mentalidad de cambio dispuesta a llevar adelante
modificaciones a medida que se transita por dicho periplo sin que ello afecte
los intereses de los sectores privilegiados. Como veremos a lo largo de la Historia del Capitalismo,
las consecuencias de cada una de ellas siempre serán sufridas por los que menos
tienen. Y en lo que atañe a la pregunta del presente trabajo, que ha
motivado ésta introducción, la misma se refiere precisamente a la respuesta que los eruditos y sectores
dominantes han dado a esa crisis primigenia.
Un mercado globalizado y finito
Luego de que las potencias capitalistas se erigieran con el triunfo de la Primera Guerra Mundial, con
todas las contingencias que se pudieran aportar, el mundo quedó absolutamente
delimitado a zonas de influencia totalmente dependientes de esas metrópolis, en
especial a EE.UU. y Gran Bretaña.
Esas zonas de influencia no eran más
que “zonas vacías” a los ojos de dichos países centrales y funcionaban
exclusivamente como proveedoras de commodities. Y será así hasta la llegada de los
Neoliberales, que ya veremos que papel les ha tocado interpretar.
El concepto de ‘Consumo’ antes de 1950
He aquí el eje central de la cuestión: el consumo. Solo se producían bienes y mercancías para un mercado
consumidor absolutamente limitado y estrecho. No había bienes ajenos a lo ya
conocido y las innovaciones no estaban a la orden del día por una cuestión muy
simple: nadie las necesitaba. La conciencia colectiva operaba de manera
dogmática hacia el mercado. Y con ello, los precios. La oscilación de los
precios solo respondían a las variables tradicionales de la oferta y la
demanda. No se conocían las temibles incidencias sobre ellas que sí conocerían
las generaciones posteriores al crack, producto de la manipulación psicológica y
las nuevas Teorías Subjetivas del Valor.
El Crack de la Bolsa de Nueva York
La fuerte expectativa generada alrededor de la producción, hizo que todo
el ahorro de la población norteamericana se encontrara atesorada en dos formas
básicas: en Bancos de desarrollo y en acciones bursátiles. Los primeros
utilizaban dichos fondos para fomentar la producción a través de préstamos a las
empresas, aprovechando además, el ínterin del dinero no circulante para hacer
colocaciones en papeles de la bolsa. En una frenética carrera contra el tiempo,
cada una de las empresas se encontraban abocadas exclusivamente a la producción
de mercancías, colocándolas de manera descontrolada en el limitado mercado de
consumo, con un mecanismo de precios que paulatinamente asfixiaba el flujo de sus
ingresos en razón de que la demanda de esos bienes se contraía cada vez más. Resultado inmediato: el quiebre empresarial
masivo. Resultado mediato: la caída de la confianza pública (que como sabemos
es la base del sistema económico) y la corrida bancaria, junto con la caída
estrepitosa de los títulos y acciones de la Bolsa de Valores. De repente, la población
económicamente activa se encontró asediada por el fantasma del desempleo (que
se disparó geométricamente) y el hambre, mientras los almacenes rebosaban de
productos que no se podían vender por falta de circulante. Suicidios masivos,
levantamientos urbanos, auge de la delincuencia y falta de perspectivas fueron
las primeras manifestaciones urbanas en el territorio norteamericano.
El resto del mundo fue sufriendo las consecuencias de dicha crisis a la
manera de un dominó en razón de tener estrechas vinculaciones con la producción
de los países centrales. Uno a uno los países centrales restantes primero y los
periféricos después, fueron mostrando facetas impensables de sus economías
donde el común denominador fue la miseria y el hambre entre los sectores menos
favorecidos.
"No
hay motivo alguno para preocuparse. La alta marea de la prosperidad
continuará".
Andrew W Mellon, Secretario del Tesoro.
Andrew W Mellon, Secretario del Tesoro.
Aparecen las nuevas estrategias de autoprotección plasmadas en la forma
de Tratados multilaterales y alianzas mercantiles, la sustitución de
importaciones a través de la industrialización básica en algunos países
periféricos, los monopolios de exportación y las nuevas teorías que apuntan al
desarrollo y crecimiento sin sustentabilidad (que serán las grandes
protagonistas hasta el final de la década de los sesenta).
Hace su aparición el intervencionismo estatal como mecanismo de
estimulación del consumo y con ello un sinnúmero de paliativos sociales
materializados en la forma de subsidios a los sectores más vulnerables, la ocupación
plena (“nace” simultáneamente el concepto de desempleo estructural) y la contención
institucional a la llamada cuestión
social en forma explícita mediante Leyes afines.
El nuevo mercado
Sin lugar a dudas, el cambio más radical se lleva adelante a través de
la modificación del concepto de “mercado”.
Hasta el año 1930 el mercado era concebido como la entidad ideal por
excelencia, que dominaba y animaba a las sociedades en su búsqueda de la
supervivencia de manera absolutamente natural (con la ‘mano invisible’ y todos los etcétera que existan) y que tenía su
razón de ser en la esencia misma de las cualidades inherentes al hombre como
especie.
El quiebre manifestado a través de la sobreproducción de bienes supuso
todo lo contrario. Un mercado absolutamente librado a las fuerzas naturales
solo decantaría en la extinción del ser humano no por cuestiones morales sino
por el pragmatismo económico más rancio. Sin embargo, ésta cuestión que
aparecía como clara a todos, generaba dos respuestas posibles: a) una manipulación absoluta del mercado a
través de la planificación (cosa que fue absolutamente descartada –en
occidente, por supuesto- desde el momento en que se ponía en riesgo la base
misma del sistema, cual es la propiedad privada) y b) una manipulación controlada del mercado para generar las
condiciones de funcionamiento que beneficiara al conjunto de la población sin
tener que atacar los pilares mencionados.
Para ésta última opción fueron dos las corrientes que lograron aportar
las soluciones de la coyuntura y de ellas, solo una se materializó siendo
hegemónica por cerca de treinta años. La otra hubo de esperar que se repitieran
las condiciones de crisis para irrumpir en el escenario mundial y reemplazar a
la otra.
La primera mencionada, fue la teorización propuesta por Keynes donde la
intervención del Estado mediante la inversión estatal, la redistribución de los
impuestos a través de la obra pública y la generación de empleo público más la
creación de subsidios a los sectores marginados de la economía dieron forma a
las nuevas sociedades aumentando el consumo de bienes. El error en dicha
teorización lo haría notar la otra corriente mencionada, los Neoliberales, con
la ventaja de los hechos en la mano.
Los Neoliberales fueron mucho más allá en el tiempo y consolidaron un
núcleo teórico económico que cambiaría para siempre la configuración societaria
del mundo en general y cada país en particular. Con ellos se profundiza la Teoría Subjetiva del valor y la
manipulación indiscriminada de las variables clásicas –la oferta y la demanda-
a través de todos los mecanismos y medios posibles, desde la mass media hasta
la psicología, desde la moral hasta el libertinaje, desde lo primitivo y
ancestral hasta la tecnología actual de la información y la comunicación. Se
desmitifica el lujo, nace el confort.
Hoy vivimos la consecuencia directa de la crisis del 29 de sobreproducción y la del 73 de acumulación financiera a través de los
postulados básicos del Neoliberalismo: producir cualquier cosa y crear mercados que se nutran del consumismo masivo. Ya no se trata de mejorar u optimizar lo que
hay. Se trata de generar nuevos mercados y para ello es necesario eliminar
cualquier tipo de barrera ideológica, sea moral, sea política o de cualquier
tipo. La cuestión es destruir escalas de
valores establecidas.
Precisamente en la última frase se encuentra una posible respuesta a los
acontecimientos mundiales vividos desde 1930 a 1950: la creencia en que el mercado
podía ser reconfigurado estaba en auge. El optimismo Keynesiano lo pregonaba,
aunque la realidad le diría que no (claro que ello mucho más adelante en el
tiempo). Cuando los países que se encontraban en pleno desarrollo del
intervencionismo como EE.UU. y el New
Deal de F. D. Roosevelt, por ejemplo, se encontraron con los postulados
socialistas de los totalitarismos de Mussolini o Hitler, no quedó más remedio
que combatirlos. Si eventualmente los mismos llegaban a triunfar, ese hecho
hubiese desencadenado una tragedia mundial para los sectores burgueses no
alineados bajo un mismo dogma político y sería literalmente, una vuelta atrás
de trescientos años, a las postrimerías mismas del absolutismo del tipo francés
donde no existía la conciencia colectiva disociada de lo ideológico. La libre
empresa estaba en peligro. La reafirmación mundial de los postulados de John
Maynard Keynes sobre el intervencionismo estatal controlado, llevada adelante
en Bretton Woods en 1944, nos daría la razón en pensar en la validez de tales
afirmaciones.
Pero esa es otra historia.
Gustavo Ariel Tonicelli




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