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domingo, 19 de agosto de 2012

Así no hay guita que alcance...

EL NACIMIENTO DEL CONSUMISMO SALVAJE


¿Por qué la crisis de 1929 tuvo consecuencias a escala mundial?

Si alguna vez nos hemos preguntado cómo es que hoy hemos llegado al punto de que nuestra vida cómo sociedad depende exclusivamente de las formas en que desarrollamos el diario vivir, debemos husmear indudablemente en la gran crisis de sobreproducción acontecida a partir de la década de 1920 y que tuvo su corolario final con el crack de la Bolsa de Valores del 29 de octubre de 1929, cuyos primeros efectos durarían aproximadamente hasta 1940 y su legado en general, hasta el día de hoy.
Nadie se imagina hoy que alguno de los tantos productos que pululan por las tiendas es solo para un grupo reducido de personas. En todo caso, las cosas que están restringidas al gran público son muy pocas. Una nave espacial la hubiésemos pensado como algo solo utilizado por un Estado pero, el hecho de que en los últimos tiempos un millonario haya hecho turismo en una de ellas nos baja a la realidad de que todo es posible. Es posible si hay con qué pagarlo, claro. Creo que con los dedos de una mano podemos mencionar las cosas que no se pueden comprar o vender contando, por supuesto, que siempre es posible usufructuar a las mismas bajo rebuscadas formas de comercialización, como los santuarios que muestran el hueso de algún Santo, un lugar histórico, un océano...
Es así, entonces, que el Capitalismo ya no es lo que era antaño. Ha profundizado sus formas… ¿Casualidad?
Casualidad fue la crisis de 1929. La respuesta a esa crisis, no. Es algo perfectamente concebido, maquinado y sobre todo, previsto. Es sí, la primera de una serie de grandes crisis del modo de producción que puso en alerta a todos los cultores del mismo, sirviendo para generar una conciencia colectiva sobre las formas de operar y, en gran medida, a la aparición de una mentalidad de cambio dispuesta a llevar adelante modificaciones a medida que se transita por dicho periplo sin que ello afecte los intereses de los sectores privilegiados. Como veremos a lo largo de la Historia del Capitalismo, las consecuencias de cada una de ellas siempre serán sufridas por los que menos tienen. Y en lo que atañe a la pregunta del presente trabajo, que ha motivado ésta introducción, la misma se refiere precisamente a la respuesta que los eruditos y sectores dominantes han dado a esa crisis primigenia.
Un mercado globalizado y finito
Luego de que las potencias capitalistas se erigieran con el triunfo de la Primera Guerra Mundial, con todas las contingencias que se pudieran aportar, el mundo quedó absolutamente delimitado a zonas de influencia totalmente dependientes de esas metrópolis, en especial a EE.UU. y Gran Bretaña.
Esas zonas de influencia no eran más que “zonas vacías” a los ojos de dichos países centrales y funcionaban exclusivamente como proveedoras de commodities. Y será así hasta la llegada de los Neoliberales, que ya veremos que papel les ha tocado interpretar.
El concepto de ‘Consumo’ antes de 1950
He aquí el eje central de la cuestión: el consumo. Solo se producían bienes y mercancías para un mercado consumidor absolutamente limitado y estrecho. No había bienes ajenos a lo ya conocido y las innovaciones no estaban a la orden del día por una cuestión muy simple: nadie las necesitaba. La conciencia colectiva operaba de manera dogmática hacia el mercado. Y con ello, los precios. La oscilación de los precios solo respondían a las variables tradicionales de la oferta y la demanda. No se conocían las temibles incidencias sobre ellas que sí conocerían las generaciones posteriores al crack, producto de la manipulación psicológica y las nuevas Teorías Subjetivas del Valor.
El Crack de la Bolsa de Nueva York
La fuerte expectativa generada alrededor de la producción, hizo que todo el ahorro de la población norteamericana se encontrara atesorada en dos formas básicas: en Bancos de desarrollo y en acciones bursátiles. Los primeros utilizaban dichos fondos para fomentar la producción a través de préstamos a las empresas, aprovechando además, el ínterin del dinero no circulante para hacer colocaciones en papeles de la bolsa. En una frenética carrera contra el tiempo, cada una de las empresas se encontraban abocadas exclusivamente a la producción de mercancías, colocándolas de manera descontrolada en el limitado mercado de consumo, con un mecanismo de precios que paulatinamente asfixiaba el flujo de sus ingresos en razón de que la demanda de esos bienes se contraía cada vez más.  Resultado inmediato: el quiebre empresarial masivo. Resultado mediato: la caída de la confianza pública (que como sabemos es la base del sistema económico) y la corrida bancaria, junto con la caída estrepitosa de los títulos y acciones de la Bolsa de Valores. De repente, la población económicamente activa se encontró asediada por el fantasma del desempleo (que se disparó geométricamente) y el hambre, mientras los almacenes rebosaban de productos que no se podían vender por falta de circulante. Suicidios masivos, levantamientos urbanos, auge de la delincuencia y falta de perspectivas fueron las primeras manifestaciones urbanas en el territorio norteamericano.
El resto del mundo fue sufriendo las consecuencias de dicha crisis a la manera de un dominó en razón de tener estrechas vinculaciones con la producción de los países centrales. Uno a uno los países centrales restantes primero y los periféricos después, fueron mostrando facetas impensables de sus economías donde el común denominador fue la miseria y el hambre entre los sectores menos favorecidos.
"No hay motivo alguno para preocuparse. La alta marea de la prosperidad continuará". 
Andrew W Mellon, Secretario del Tesoro.
Aparecen las nuevas estrategias de autoprotección plasmadas en la forma de Tratados multilaterales y alianzas mercantiles, la sustitución de importaciones a través de la industrialización básica en algunos países periféricos, los monopolios de exportación y las nuevas teorías que apuntan al desarrollo y crecimiento sin sustentabilidad (que serán las grandes protagonistas hasta el final de la década de los sesenta).
Hace su aparición el intervencionismo estatal como mecanismo de estimulación del consumo y con ello un sinnúmero de paliativos sociales materializados en la forma de subsidios a los sectores más vulnerables, la ocupación plena (“nace” simultáneamente el concepto de desempleo estructural) y la contención institucional a la llamada cuestión social en forma explícita mediante Leyes afines.
El nuevo mercado
Sin lugar a dudas, el cambio más radical se lleva adelante a través de la modificación del concepto de “mercado”.
Hasta el año 1930 el mercado era concebido como la entidad ideal por excelencia, que dominaba y animaba a las sociedades en su búsqueda de la supervivencia de manera absolutamente natural (con la ‘mano invisible’ y todos los etcétera que existan) y que tenía su razón de ser en la esencia misma de las cualidades inherentes al hombre como especie.
El quiebre manifestado a través de la sobreproducción de bienes supuso todo lo contrario. Un mercado absolutamente librado a las fuerzas naturales solo decantaría en la extinción del ser humano no por cuestiones morales sino por el pragmatismo económico más rancio. Sin embargo, ésta cuestión que aparecía como clara a todos, generaba dos respuestas posibles: a) una manipulación absoluta del mercado a través de la planificación (cosa que fue absolutamente descartada –en occidente, por supuesto- desde el momento en que se ponía en riesgo la base misma del sistema, cual es la propiedad privada) y b) una manipulación controlada del mercado para generar las condiciones de funcionamiento que beneficiara al conjunto de la población sin tener que atacar los pilares mencionados.
Para ésta última opción fueron dos las corrientes que lograron aportar las soluciones de la coyuntura y de ellas, solo una se materializó siendo hegemónica por cerca de treinta años. La otra hubo de esperar que se repitieran las condiciones de crisis para irrumpir en el escenario mundial y reemplazar a la otra.
La primera mencionada, fue la teorización propuesta por Keynes donde la intervención del Estado mediante la inversión estatal, la redistribución de los impuestos a través de la obra pública y la generación de empleo público más la creación de subsidios a los sectores marginados de la economía dieron forma a las nuevas sociedades aumentando el consumo de bienes. El error en dicha teorización lo haría notar la otra corriente mencionada, los Neoliberales, con la ventaja de los hechos en la mano.
Los Neoliberales fueron mucho más allá en el tiempo y consolidaron un núcleo teórico económico que cambiaría para siempre la configuración societaria del mundo en general y cada país en particular. Con ellos se profundiza la Teoría Subjetiva del valor y la manipulación indiscriminada de las variables clásicas –la oferta y la demanda- a través de todos los mecanismos y medios posibles, desde la mass media hasta la psicología, desde la moral hasta el libertinaje, desde lo primitivo y ancestral hasta la tecnología actual de la información y la comunicación. Se desmitifica el lujo, nace el confort.
Hoy vivimos la consecuencia directa de la crisis del 29 de sobreproducción y la del 73 de acumulación financiera a través de los postulados básicos del Neoliberalismo: producir  cualquier cosa y crear mercados que se nutran del consumismo masivo. Ya no se trata de mejorar u optimizar lo que hay. Se trata de generar nuevos mercados y para ello es necesario eliminar cualquier tipo de barrera ideológica, sea moral, sea política o de cualquier tipo. La cuestión es destruir escalas de valores establecidas.
Precisamente en la última frase se encuentra una posible respuesta a los acontecimientos mundiales vividos desde 1930 a 1950: la creencia en que el mercado podía ser reconfigurado estaba en auge. El optimismo Keynesiano lo pregonaba, aunque la realidad le diría que no (claro que ello mucho más adelante en el tiempo). Cuando los países que se encontraban en pleno desarrollo del intervencionismo como EE.UU. y el New Deal de F. D. Roosevelt, por ejemplo, se encontraron con los postulados socialistas de los totalitarismos de Mussolini o Hitler, no quedó más remedio que combatirlos. Si eventualmente los mismos llegaban a triunfar, ese hecho hubiese desencadenado una tragedia mundial para los sectores burgueses no alineados bajo un mismo dogma político y sería literalmente, una vuelta atrás de trescientos años, a las postrimerías mismas del absolutismo del tipo francés donde no existía la conciencia colectiva disociada de lo ideológico. La libre empresa estaba en peligro. La reafirmación mundial de los postulados de John Maynard Keynes sobre el intervencionismo estatal controlado, llevada adelante en Bretton Woods en 1944, nos daría la razón en pensar en la validez de tales afirmaciones.
Pero esa es otra historia.
Gustavo Ariel Tonicelli

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