LOS
PATOS DE DON VÍCTOR CASTERÁN
En el barrio “Los Ñanduces” se eleva la estructura, plena de gracia y
elegancia, conocida localmente como La casona o el Castillo de Pueyrredón.
Siendo vecino cercano, paso frente a él a diario y confieso que siempre me da
la impresión de una imagen propia de una etiqueta de vino fino europeo, al que
sólo le faltan las orlas y relieves para completar la ilusión. Alrededor del
castillo se entretejen historias y anécdotas que, justamente como los vinos
finos, ganan en espíritu y sabor con el paso de los años. En esta nota destapo
la botella y dejo fluir la historia de una época en especial del castillo. La
de Víctor Casterán y su imperio de los Patos Viccas. En los años 30, compra la
casa Víctor Casterán, un empresario dinámico y emprendedor que, entre otras
muchas actividades, importaba productos tan dispares como azúcar y tractores. Un
buen día Casterán tuvo la feliz iniciativa de criar unos patos. Al principio no
fue más que un mero pasatiempo, un hobby en el que desarrolló un pato de
magníficas cualidades nada más que para el consumo casero y para satisfacer sus
apetencias culinarias. Sin embargo, con el correr del tiempo, ese
emprendimiento creció y creció hasta convertirse en el establecimiento de su
tipo más grande de Sud América y ciertamente uno de los más famosos del mundo
entero. Los Patos Viccas, cuya marca deriva de Víctor Casterán se impusieron no
sólo en el mercado local sino también en los más importantes y sofisticados del
mundo. Eran famosos por la abundancia, contextura, digestibilidad y sabor de su
carne. Su “doble pechuga" iba a convertirse en una característica
invariable y apetecida. Fue justamente esa característica que hizo que se denominaran
popularmente a generaciones de fisicoculturistas con el apodo de "Patos
Viccas", por la manera en que desarrollaban pecho y músculo con pesas y
ejercicios.
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| Victor Casterán ("Vicca") |
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La Granja Patos Viccas se extendía desde la Ruta 26 al arroyo Escobar, entre la calle Los Ñandúes
y Echeverría. El ingreso al establecimiento se efectuaba por la Ruta 26 (pavimentada desde la
antigua Ruta 9 hasta la entrada). Dicho ingreso estaba flanqueado por 2 pilares
rematados con grandes bochas redondas de piedra (hoy queda en pie un pilar sin
la bocha).Sobre el camino de entrada, hoy Los Ñanduces, se encontraba la
balanza, luego llegando a la esquina (actualmente calle Monteagudo) se ubicaban
las oficinas, a continuación hacia la izquierda el depósito de productos (patos
envasados, paté, pato en escabeche, etc.). Más allá estaban el molino, los
galpones “madre", después el matadero, el frigorífico con capacidad para
12.000 patos, y finalmente los alojamientos del personal. En el arroyo Escobar
se construyeron compuertas (restos de las cuales se pueden reconocer hoy en
día) con una separación de más de 400 mts. que permitían elevar y regular el
nivel del arroyo. Este amplio espejo de agua era el hábitat de una enorme
cantidad de patas ponedoras. A los costados había plantaciones de limones, naranjos
y pomelos, árboles que además de proveer frutas, servían de reparo a los patos
cuando salían del agua. Su cuantiosa producción de huevos era recogida y
colocada en incubadoras, dispuestas en un galpón de unos 50 x 40 mts., con una
capacidad para 50.000 huevos. Una vez nacidos los patitos eran llevados a los
“galpones madre”. Alimentados a suero de leche, leche y cereales. A las 8
semanas los patos Viccas estaban listos para el mercado. El guano que producían
era muy solicitado por poseer altos valores fertilizantes debido a la calidad
de los alimentos con que se engordaba a los pichones. Se almacenaba en grandes
tolvas que descargaban sobre camiones que venían a buscar el producto. Mariano
Pahor quien nos relata con precisión y lujo de detalles lo comentado
anteriormente, vivió y trabajó en la granja. Su madre María Blanca, fue la
cocinera de Víctor Casterán y su padre Francisco hacía de mayordomo. Mariano
guarda muy gratos recuerdos de aquellos años y en especial del que fuera su
patrón Don Víctor. A Mariano le tocaba hacer lo repartos de las patos a los
principales hoteles y restaurantes de la Capital y alrededores. Una gran cantidad de
patitos recién nacidos eran exportados en cajas, vía Pan Am a Estados Unidos y
otros países. Los pichones podían sobrevivir sin agua ni alimento los 3 días
que demoraba su entrega gracias al cascarón del huevo que consumían para abrir
su salida al nacer. Este cascarón resultaba alimento suficiente para la
duración del viaje. La
Granja Patos Viccas llegó a emplear 85 personas más otra
cantidad adicional en las explotaciones agrícolas aledañas, e inclusive en un
criadero de pollos que impresionaría como de una envergadura considerable, si
es que no se lo comparaba con el de los patos. Del otro lado de la Ruta 26 se extendía la
plantación de naranjos cuyos frutos eran de tamaño y sabor realmente
sobresalientes. Esta plantación habría de dar el nombre al Barrio Los Naranjos.
Con el crecimiento y la fama adquirida por "Patos Viccas" se
multiplicaban las visitas a la granja de dignatarios, políticos y artistas (el
"Jet Set’ de aquella época digamos, salvando el detalle que aún no volaban
los "Jets”). Niní Marshall la gran diva del cine cómico, era una visita
frecuente. Sofía y Olinda Bozán venían regularmente. El Príncipe de Gales,
cuando pasó por la Argentina,
estuvo en la granja. Edelmiro J. Farrel, siendo Presidente de la Nación visitó la casa. Por
razones de seguridad, o por algún otro motivo sobre el que sólo podemos
conjeturar, Farrel se encontraba en lo de Casterán pero "oficialmente"
navegaba a bordo del yate presidencial Tecuara. Ricardo Fisch hijo del Dr.
Ricardo Fisch, amigo de Víctor Casterán, recuerda de niño escuchar a su padre
(que hablaba francés) actuar como intérprete de la famosa Josefine Baker para
el dueño de casa. Una de las visitas más conspicuas y extravagantes era nada
menos que el mismísimo Marajá de Kapurtala que arribaba con todo su séquito
compuesto por sirvientes, secretaria, mayordomo, cocinero e inclusive un
“probador" que debía correr el riesgo de degustar los alimentos que luego
se le habrían de servir al Marajá. También traía alimentos y especias exóticas
en gran abundancia. Sólo nos podemos imaginar las comidas exquisitas que se
prepararían con patos especialmente seleccionados con el agregado de curries y
salsas hindúes en manos de la creatividad culinaria conjunta del cocinero del
Marajá y doña María Blanca. Casterán, de nacionalidad uruguayo, había quedado
huérfano de muy joven. A los 12 años embarcó en Montevideo como polizón en un
carguero con destino a los Estados Unidos. En relación a esta época, Ricardo
Fisch hijo nos relata otra anécdota, tan pintoresca como de hondo significado:
En el castillo nunca jamás se servían bananas. El motivo estaba íntimamente
arraigado en esa época de la juventud de Víctor en que anduvo deambulando por
Nueva York pobre y sin trabajo. En esas circunstancias solía encaminarse hacia
el puerto donde recogía y comía los deshechos de las bananas qua descargaban
los barcos. De esta manera logró sobrevivir para que posteriormente, como en
las películas, su destino se revertiera en forma espectacular. No obstante, el
recuerdo de aquella época de penurias lo afectó profundamente. De allí su
aversión por las bananas y la orden de no servirlas. Angelita Pahor, la hermana
de Mariano, también vivía con su familia en la granja. Nos relata que se
sentaba a la mesa con Casterán y sus invitados, aunque concluída la comida iba
a la cocina a lavar los platos. Al igual que su hermano, recuerda a Don Víctor
como "una gran persona".Agrega que su patrón fue dueño del Tabaris,
el inolvidable reducto de la noche porteña. También tenía caballos de carrera y
fue uno de los fundadores de Pinamar. Casterán y el Dr. Fisch tenían en
condominio unos terrenos que en el año 1940 donaron al Automóvil Club
Argentino. El A.C.A. construyó sus instalaciones sobre la vieja Ruta 9. Luego
con el advenimiento de la
Panamericana demolieron y volvieron a construir en su
ubicación actual, siempre dentro de los mismos terrenos. Casterán tenía el
Restaurante “Parador Viccas”, ubicado donde hoy está la "Colectora Oeste”
unos 100 mts. al sur del A.C.A. El acceso era por la antigua ruta 9.Por
supuesto, los platos preferidos eran los Patos Viccas en una extensa carta de
alternativas. La fama del Restaurante trascendió mucho más allá de los límites
de Maschwitz. La edificación que tenía techo de paja, un día en los años 40, se
incendió, cerrando por esta razón definitivamente. Con la muerte de Víctor
Casterán, el 18 de Diciembre de 1943, la granja se traslada a las orillas del
río Luján.
Fuente: Revista Maschwitz
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